Y, sin embargo, la oportunidad está ahí para todos los hombres que saben cómo manejar una herramienta. El conocimiento solo no es suficiente, la habilidad sola no es suficiente, porque el uso perfecto de ellos depende de lo que un hombre puede dar de sí mismo.
Porque cuando todo está dicho y hecho, él no es una herramienta de precisión, ni un robot, ni una máquina, ni siquiera, por naturaleza, un cuidador de máquinas. Algo él es de todas estas cosas, pero también tiene ese don que es tan absolutamente suyo, su espíritu inquieto, eterno e inquisitivo, que lo mantiene siempre en busca de la belleza y eternamente tratando de crearla.
Este es el poder detrás de su capacidad técnica si aprende a aprovecharlo, el poder por el cual puede alcanzar el sentido del equilibrio y el buen juicio que se encuentran entre los primeros requisitos de la belleza. El resto variará con el hombre mismo.
Esta es la gran gloria de nuestra personalidad, que cada toque individual es diferente, de modo que a lo largo de las grandes edades de la artesanía el trabajo de cada trabajador sobresalió entre sus compañeros aunque nunca estuvo estampado con su nombre.
— El carpintero, 1947